Por ISAAC FELIZ
El presidente Luis Abinader, tras ganar las elecciones el ano pasado, convocó a quienes han sido catalogados como “presidenciables”. Y, por cierto, son muchos. Es algo común en los partidos que ostentan el poder: los ministros suelen creer que tienen la capacidad de ser presidentes, basados en la ilusión que generan las nóminas que manejan.
Uno de los principales objetivos de esta reunión fue identificar a las figuras dentro del partido con aspiraciones presidenciales. Además, Abinader buscaba recalcar la importancia de que se enfoquen en ejercer sus funciones de manera adecuada, ya que esto fortalecería al gobierno y, en consecuencia, les beneficiaría de cara al próximo proceso electoral. Es lógico: si hacen un mal gobierno, la población los castigará en las urnas; en cambio, una buena gestión podría traducirse en respaldo electoral.
Muchos recordamos aquella etiqueta de “incontrolables” que utilizó el profesor Juan Bosch para referirse a un grupo dentro del PRD (hoy PRM), un término que ha perdurado en el tiempo. Y, en honor a la verdad, ellos mismos han dado razones para justificarlo, demostrando un comportamiento disruptivo que, en varias ocasiones, los ha llevado a la división.
Los “incontrolables” ya empiezan a soltarse.
A medida que se acerque el proceso interno del PRM, veremos una batalla campal, fiel a lo que llevan en su ADN: la rebelión entre ellos. Ahí se pondrá a prueba el verdadero liderazgo del presidente Abinader. Su fortaleza o debilidad dependerá de su capacidad para contener las confrontaciones internas entre los presidenciables.
El mayor problema del PRM es que muchos de sus miembros carecen de una visión ideológica clara. Su participación política está guiada, sobre todo, por intereses individuales, lo que explica por qué sus demonios suelen soltarse cuando sienten que sus beneficios están en riesgo.
Sin embargo, la gran pregunta es: ¿podrán contenerlos esta vez y aprender de los errores del pasado que los llevaron a la derrota?
