Por MIGUEL MEJIA
Ha sido infructuosa nuestra búsqueda de alguna declaración de condena, por tímida que fuese, del Senado dominicano contra el golpe de Estado que depuso en el 2019 a Evo Morales, presidente constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia.
Tampoco arrojó resultados la búsqueda de si hubo alguna defensa de los derechos humanos del jueves 19 de septiembre, con votación de pie incluida, al conocerse un nuevo ataque represivo contra los jubilados argentinos que reclamaban el derecho a poder comer, esquilmadas sus pensiones por el gobierno neoliberal de Javier Milei en Argentina, que concluyó con el saldo de diez ancianos heridos.
Tampoco, como esperaba, se ha alzado la voz de los próceres senatoriales de Quisqueya contra el genocidio del nazi-sionismo israelí en Gaza, ni el asesinato de más de 41,000 civiles, entre ellos más de 11,000 niños y niñas, la destrucción de escuelas y hospitales, el uso del hambre como arma de guerra, ni el muy reciente ataque terrorista en el Líbano y Siria contra propietarios de beepers, walkie-talkie, paneles solares y teléfonos móviles, causante de 37 muertes, entre ellas, de varios niños.
No, para ninguna de estas causas han tenido, tienen ni tendrán ojos, oídos, voz ni corazón estos conmovedores demócratas que piden al gobierno del presidente Luis Abinader no reconocer los resultados de las elecciones del pasado 28 de julio en Venezuela, porque ella no concluyó con el triunfo de la derecha violenta y vendepatria que el imperialismo norteamericano amamanta y usa como atajo para llegar al petróleo, el oro y otras riquezas naturales de ese suelo.
Es muy cómodo, para algunos, esperar la seña del imperio y adecuar las políticas nacionales orientándolas en el sentido en que soplen los vientos del norte. Es muy fácil no poner en riesgo privilegios, visas, ni negocios, actuando como dócil rebaño cuando el pastor toca el cencerro.
Molestan la historia, la coherencia y los principios cuando se trata de bailar al son de la música imperial. Se va al seguro, se reciben discretas palmaditas de reconocimiento, los expedientes personales archivan tantos a favor, poco importa si es a costa de la infamia.
Nuevos hitos
Al robo descarado de dos aviones venezolanos legalmente en suelo dominicano, y en violación consentida de nuestra soberanía; a la posición injerencista y vacilante del gobierno hacia el tema Venezuela, se suman ahora dos nuevos hitos en el vergonzoso camino de la infamia: el de la resolución del Senado de la República, pidiendo el no reconocimiento del gobierno de un país hermano, y el de la retirada, en silencio y con alevosía de la protección dominicana a la embajada de la República Bolivariana de Venezuela en Santo Domingo, “porque no es considerada por el superior gobierno como sede diplomática”, sentándose un precedente de muy peligrosas consecuencias.
¿Qué pasaría si un jefe policíaco haitiano decidiese, al margen del Derecho Internacional, por sí y ante sí, retirar la protección de la embajada o el consulado dominicano en Puerto Príncipe? ¿Qué pasaría si el gobierno venezolano incautase aviones dominicanos para cobrarse la deuda de casi $400 millones de dólares contraída y no pagada por el país, relacionada con el suministro de petróleo?
Puedo imaginar a estos senadores, augustos padres de la Patria, iracundos, de pie, rasgándose las patrióticas vestiduras, clamando al cielo por esos crímenes y pidiendo las más tremebundas medidas de castigo.
Ya hoy se sabe, y nadie ha podido refutarlo, que Edmundo González, el candidato de la derecha y del imperio en las pasadas elecciones venezolanas, aceptó por escrito y con su firma, no solo la derrota electoral del 28 de julio, sino también que el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, al que declaró acatar, tenía la potestad para dictaminar la legalidad de dichos comicios y de avalar sus resultados.
Nadie, ni la OEA, ni las infinitas pantallas de los Estados Unidos de Norteamérica, ni la Unión Europea ni el Parlamento Europeo, ni el Rey de España, tienen ningún derecho a erigirse en árbitros ni instancias de apelación en comicios de otros países, contraviniendo su constitución. Tampoco el Senado dominicano.
Pueden opinar y declarar lo que deseen: la última palabra siempre la tendrá el pueblo venezolano.
Esa resolución a la carrera no es más que una herramienta para que el presidente Abinader la use en su próxima comparecencia ante la ONU, convirtiéndose así en una receta para el mandatario, más allá del poder del Estado que representa el Senado, donde el Partido de gobierno tiene 29 de 32 senadores, por lo que, ponen en sus manos un endoso interesado para agredir a un país hermano.
De 26 senadores presentes en la aciaga votación sobre Venezuela, a favor del engendro votaron 25. Uno, cuyo nombre se ha reservado, no lo hizo. En ese solitario voto en contra o abstención, tampoco se ha precisado con toda intención para no descuadrar la caja, está bien defendida nuestra soberanía, la verdadera libertad, la democracia y el auténtico respeto a los Derechos Humanos.
Recordemos que alguien sentenció que “un principio justo, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército.” (Amaury Germán Aristy)
Sigan empecinados en lo que les deparará una derrota segura. Sigan fanfarroneando de principios y valores ausentes en sus acciones.
Venezuela no está sola.