Por: Johnny González
La crisis de la democracia representativa, tal y como ha sido diseñada por las élites neoliberales, las mismas que han mutado hacia las oligarquías empresariales para, en contubernio con el Estado, garantizar sus intereses de clase, es más que evidente.
Pretender, desde el modelo de la democracia representativa que ha imperado en el país en los últimos 50 años, impulsar el más mínimo cambio en la estructura de un modelo político hecho a imagen y semejanza de una clase política emergente que tuvo que pactar con la rancia oligarquía neotrujillista, dejando de lado sus propias convicciones ideológicas, para asegurar el control del aparato estatal y su continuidad en el poder, es simplemente una ilusión infantil.
No es nuestra intención formular en el presente análisis un marco teórico definitorio del concepto de democracia. Basta con referir lo expresado por Aristóteles sobre DEMOCRACIA: “Es cuando la mayoría gobierna en beneficio exclusivo o contra una minoría”. Lo importante a destacar es que para Aristóteles y otros filósofos griegos, la democracia es el gobierno de los pobres, una definición clásica del concepto.
En la crítica universal al orden liberal, nos recuerda a Platón, la democracia formal es aparente, ya que las leyes e instituciones son instrumentos para preservar el poder de la burguesía.
En su artículo “La amenaza de la democracia: un recorrido de Platón a Rancière”, Constanza Moreira, reconocida catedrática uruguaya, señala lo siguiente: “La mayoría de las mediciones sobre el “estado de la democracia” en América Latina advierten sobre sus problemas, y muchos de los textos de ciencia política producidos en las últimas décadas tratan aspectos específicos de estos problemas, como desafección democrática, la mala evaluación que la ciudadanía hace de las instituciones políticas y la pérdida de confianza en los partidos”.
Esta radiografía teórica, cuestionando los cimientos del modelo de democracia representativa, en cuanto a la desviación del propósito original de establecer un sistema para la preservación del bien común para la felicidad del colectivo, nos hace reflexionar en torno a la eficacia de nuestro modelo democrático en medio de una realidad que se transforma cada día en un manto de desolación para las grandes mayorías nacionales.
Un breve repaso sobre los problemas más acuciantes del país, nos permiten advertir que abordar su solución desde la plataforma viciada de la democracia representativa, resulta casi imposible arribar a un final promisorio. Los intereses de la clase oligárquica-empresarial se anteponen a cualquier solución que conlleve la afectación de sus intereses. En ese contexto, el Estado cómplice está atado de pie y mano para impulsar acciones -políticas- destinadas al bienestar común y, por ende, a la felicidad colectiva.
La Reforma Fiscal o Modernización Fiscal, para maquillarle el rostro macabro de la desolación, impulsada por el poder ejecutivo, es una opción en la que se excluye el excesivo gasto público, las exenciones a grandes grupos empresariales y familiares y se obvia el clamor popular que no logra entender porque ahora le va tocar pagar impuestos por habitar la casa de su propiedad, adquirida con tantos sacrificios hace décadas y el propietario de un vehículo, obligado a pagar el doble de la matricula.
En fin, la población en general tendrá que pagar la carga fiscal que representa para un gobierno irresponsable que se endeudó, innecesariamente, por un monto astronómico de 45 mil millones de dólares, con la única finalidad de mantenerse en el poder y garantizar la reelección. Hora que no hay espacio para imaginar un escenario favorable en el 2028, recurre al sacrificio colectivo, sin transgredir los intereses de la oligarquía-empresarial-familiar de la República Dominicana, so pena de que le saquen la alfombra y lo dejen caer en caída libre.
Solo un cambio de paradigma salva la República. Impulsemos la Democracia Popular para enderezar el rumbo del país y empoderar al pueblo soberano del verdadero poder político. Es urgente y necesario romper con el monopolio electoral que desde la Ley 33-18 nos impone la desfasada y anacrónica clase política del país.
Sin el recurso de la Democracia Popular, Nayib Bukele no hubiera podido lograr que las familias salvadoreñas bailaran felices en los parques de las ciudades de ese país y que hoy, El Salvador, transite el camino hacia la felicidad colectiva. Con la Democracia Representativa, todavía el presidente Bukele estaría negociando con las pandillas criminales en esa hermana nación, cinco pesos de paz.
Con la Democracia Popular el país no tiene que someterse a los designios de ningún imperio. Con la Democracia Popular haremos valer nuestra sagrada soberanía, tan mancillada por la Democracia Representativa. Con la Democracia Popular, podremos trazar nuestro propio destino, porque la Democracia Popular es la voluntad del pueblo soberano.
El autor es licenciado en Estudios Internacionales y Periodista.