Por Milton Olivo
Una parábola sobre la vida interior y el despertar de la conciencia. Había una vez un joven caminante que, sintiéndose perdido en medio del bullicio de la Avenida España, Costa del Faro, Santo Domingo Este, emprendió un viaje al Este durante la Semana Santa.
No buscaba basílicas, templos, ni procesiones, ni discursos solemnes. Sólo quería entender en su viaje, por qué, en medio de todo lo que tenía, no lograba ser feliz. Llevaba en la mochila muchas ideas, muchas certezas prestadas, y una profunda inquietud: ¿De dónde viene la alegría verdadera? ¿Dónde nace la paz que no depende de lo que pasa afuera?
Una tarde, en lo alto de una colina en Miche, encontró a un anciano, un viejo pescador, que tallaba madera en silencio. El joven caminante, intrigado por la calma que irradiaba aquel hombre, se acercó y le dijo:
– Maestro, ¿usted es feliz?
El anciano sonrió, dejó a un lado su herramienta, y respondió:
– No me considero feliz, pero estoy en paz. Y en esa paz florece algo parecido a la felicidad. No la busco, viene sola cuando escucho lo que hay dentro de mí.
El joven, confundido, preguntó:
– ¿Dentro? ¿A qué se refiere?
– A lo que no se ve —dijo el anciano—. A lo que no se compra ni se vende. A eso que tú ya eres, pero que no sueles mirar. Vivimos creyendo que somos lo que pensamos, lo que opinamos, lo que logramos. Pero somos más. Somos conciencia, presencia, posibilidad. La espiritualidad no es huida ni dogma; es regreso. Regreso al centro.
– ¿Y cómo se regresa?
– Con silencio, con atención, con coraje. Como quien limpia un cristal empañado. Como quien deja de buscar respuestas y comienza a escuchar preguntas. La Semana Santa no es sólo un recuerdo de lo sagrado. Es una invitación a morir a lo superfluo, para renacer a lo esencial. La felicidad no está al final de un camino, sino en la forma en que caminas.
El joven guardó silencio largo rato. Y al caer la noche, mientras descendía por el sendero, ya no llevaba tantas certezas, pero sí una nueva manera de mirar. Comprendió que la espiritualidad no era un adorno de la vida, sino su raíz más honda. Que filosofar no era pensar mucho, sino vivir con profundidad. Que el alma no era una creencia, sino una experiencia.
Desde entonces, cada Semana Santa, en vez de buscar explicaciones, se sentaba a escuchar su propio corazón.
Y en el silencio, encontraba la dicha de simplemente ser.
*El autor es escritor y novelista. Creador de la novela “De Creyentes y Terroristas, sobre existencialismo filosófico y filoteologia”.