Por Milton Olivo
En Costa del Faro, SDE, ciudad tropical donde el sol sale con la misma terquedad con la que algunos se oponen a todo, ha comenzado una nueva batalla: los contenedores de basura. Sí, contenedores. No hablamos de reformas fiscales, ni del precio del dólar, ni de educación o salud. No. El nuevo campo de guerra es dónde y cómo la ciudad debe depositar su basura.
Y en esta lucha insólita, los protagonistas tienen nombres que parecen sacados de una serie política de ficción: de un lado, Dio y sus contenedores; del otro, los infames REDEPA, conocidos en los callejones del debate público como los “Responsables del Desastre del Pasado”. Un apodo que, más que sobrenombre, parece sentencia.
Como suele pasar en estos trópicos tan dados al melodrama, la lógica se vuelve rehén del espectáculo. Los REDEPA, aferrados al “Manual del político en oposición perpetua”, han decidido que su nueva cruzada es en contra de los contenedores.
¿Por qué? Porque sí. Porqué oponerse les da visibilidad, les permite ganar un minuto de cámara, les permite señalar con dedo acusador y, creen ellos, recuperar un liderazgo que la historia ya les empezó a cobrar con intereses.
Pero aquí no hay épica, ni causa social, ni defensa de los más vulnerables. Solo la estupidez —esa que, como decía Einstein, no tiene límites— vestida de discurso político.
En el fondo, la situación es simple: los hogares generan basura todos los días. Quieran o no, produzcan más o menos, es una realidad tan inevitable como el amanecer. Entonces esta basura o Residuos Sólidos Urbanos –RSU- tiene dos destinos, o dejarlas en las casas o sacarla a las calles. Convertir los hogares en vertedero, es una opción imposible!
Solo queda sacarla. Y cuando se sacan, nuevamente dos caminos: dejarla tirada en la acera a merced de perros callejeros, recicladores, la lluvia o la próxima tormenta tropical, o colocarlos ordenadamente en contenedores higiénicos que la alcaldía recoge varias veces por semana. Esto no es ciencia espacial. Es gestión urbana básica. Es lo que hacen en Nueva York, París, o Buenos Aires.
Dio —nombre que ya algunos murmuran como acrónimo de «Decisión, Inteligencia y Orden»— ha apostado por una solución que, aunque no perfecta, es un paso adelante en el manejo de los RSU y que ha resuelto el problema de la basura en las calles de Santo Domingo Este.
Los contenedores no solo recogen la basura; recogen también un reclamo silencioso de la ciudadanía por más dignidad urbana. Y Cada vez que un camión recoge un contenedor deja otro limpio manteniéndose libre de mal olor o de alimañas.
La pregunta, entonces, es inevitable: ¿Qué defienden los REDEPA cuando se oponen a los contenedores? ¿La dignidad del pueblo? ¿La estética urbana? ¿El medio ambiente? ¿O simplemente su derecho a tener la excusa de seguir hablando aún?
La política no puede seguir siendo el arte de obstaculizar por protagonismo. No puede seguir siendo el refugio de quienes ya fracasaron en el pasado y ahora quieren arrastrar el presente con ellos. Porque cuando uno se opone a soluciones básicas, como la gestión de la basura, lo que proyecta no es liderazgo, sino decadencia.
Al final, no serán ni Dio ni los REDEPA quienes ganen esta batalla. Será la gente. La que vive en barrios donde ya no corren ríos de basura cada vez que llueve. La que ve su calle más limpia, su esquina sin pestilencia. La que, sin discursos ni cámaras, sabe distinguir entre el que construye y el que solo grita.
Y es que en esta ciudad, donde muchas veces la política huele peor que la basura, al menos con los contenedores, todos somos testigo de cómo ha cambiado la imagen de la ciudad, de vertedero a una ciudad que brilla.. Aunque algunos sigan empeñados en oler a pasado.
El autor es escritor.
