Por Milton Olivo
Había una vez, en un pequeño pueblo costero, entre el Mar Caribe y el Rio Ozama, de una isla colocada en el mismo trayecto del sol, un joven llamado Dayson. Aunque vivía una vida tranquila, algo le faltaba. Cada mañana, al despertar, se sentía vacío, como si algo importante estuviera fuera de su alcance. Sus días eran una rutina sin fin, y sus sueños parecían difusos, como estrellas lejanas que no podía alcanzar. Se levantaba, trabajaba, comía y se iba a dormir, pero sentía que su vida carecía de propósito.
Un día, mientras caminaba por el malecón de la avenida España en Santo Domingo Este, después de La Isabela, el segundo pueblo fundado por Cristóbal Colón, Dayson se encontró con un anciano sabio que vivía en el entorno. El anciano, con su mirada profunda y serena, lo observó y le preguntó:
– ¿Por qué pareces tan perdido, Dayson?
El joven, sorprendido por la pregunta, respondió:
-Siento que mi vida no tiene sentido. No sé qué quiero, ni a dónde voy. Vivo todos los días sin un propósito claro, y no encuentro motivación para seguir adelante.
El anciano lo miró con comprensión y le dijo:
-Te diré algo que cambió mi vida. «Si no sabes a dónde vas, probablemente terminarás en otro lugar». ¿Te has preguntado alguna vez hacia dónde quieres ir?
Dayson reflexionó por un momento y, aunque la frase le hizo eco, no sabía cómo responder. El anciano continuó:
-Si no tienes un destino claro, tu vida se convierte en una serie de días perdidos. Pero si estableces metas, si sueñas en grande, entonces tu vida se llenará de propósito. Recuerda, como dijo un sabio: «Apunta al infinito. Aunque falles, aterrizarás entre las estrellas».
Dayson se quedó en silencio, impresionado. Nunca antes había pensado en la vida de esa manera. El anciano le sonrió y añadió:
-Tienes un potencial infinito, joven. Establece una meta, prepárate para alcanzarla y no te detengas hasta alcanzarla. Y cuando lo logres, fija otra. Así es como se construye una vida con significado.
Esa noche, Dayson no pudo dormir. Las palabras del anciano resonaban en su mente una y otra vez. Decidió que al día siguiente comenzaría su propio viaje hacia las metas que había estado ignorando. Pero sabía que el camino no sería fácil. Tendría que enfrentar desafíos, superar obstáculos y aprender a persistir cuando las dudas invadieran su mente.
Al día siguiente, Dayson se despertó con una energía renovada. En lugar de seguir su rutina habitual, se sentó y escribió en un trozo de papel lo que quería lograr en la vida. Quería ser un gran pintor, pero también sabía que no podía esperar que su talento lo llevara a la cima sin esfuerzo. Estableció su primer objetivo: estudiar pintura y posteriormente pintar su primera obra maestra.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Durante ese tiempo, Dayson enfrentó dudas, fracasos y momentos de desesperación. Hubo ocasiones en que su pincel parecía no querer colaborar con su visión, pero recordaba las palabras del anciano: «Los obstáculos son esas cosas horribles que ves cuando apartas la vista de tu meta». Así que siguió adelante, sin rendirse.
A medida que avanzaba en su viaje, Dayson comenzó a notar algo extraordinario. No solo estaba creando una pintura, sino también transformándose a sí mismo. Cada trazo, cada desafío, cada error lo hacían más fuerte, más sabio y más decidido. Descubrió que lo que realmente importaba no era solo alcanzar la meta, sino la persona en la que se estaba convirtiendo en el proceso.
Un día, al terminar su primera obra maestra, Dayson se sintió inmensamente orgulloso. Había alcanzado su meta, pero en su corazón sabía que el viaje no había terminado. Estableció una nueva meta: viajar por el mundo y pintar paisajes de lugares exóticos. Y así comenzó una nueva etapa de su vida, siempre con una nueva meta en el horizonte.
A lo largo de los años, Dayson alcanzó muchos logros, pero nunca dejó de soñar en grande. Sabía que los sueños altos lo impulsaban a crecer, a aprender, a descubrir cosas sobre sí mismo que nunca habría imaginado. En cada etapa de su vida, se desafiaba a sí mismo a apuntar más alto, a ser mejor, a no conformarse con lo que ya había logrado.
Un día, cuando ya era un hombre mayor, se sentó a reflexionar sobre su vida. Recordó cómo había comenzado sin rumbo y cómo, gracias a las metas que había establecido, había transformado su vida. Pensó en el anciano sabio y en cómo sus palabras habían sido el faro que lo guió en su viaje.
Y entonces, una idea surgió en su mente: «Nunca eres demasiado viejo para establecer otra meta o soñar un nuevo sueño». Con esa convicción, Dayson decidió emprender un último desafío: enseñar a los jóvenes artistas del pueblo todo lo que había aprendido, para que ellos también pudieran encontrar su propósito en la vida.
La lección de Dayson es clara: las metas no son solo objetivos por alcanzar, sino las fuerzas que nos dan dirección y propósito. No importa la edad, el momento o las circunstancias, siempre hay tiempo para soñar, para crecer y para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. La vida, cuando está guiada por metas, se convierte en un viaje lleno de significado y transformación.
Y así, Dayson vivió el resto de sus días con un propósito claro, siempre apuntando al infinito, sabiendo que incluso si fallaba, aterrizaría entre las estrellas. Cuento dedicado a los jóvenes dominicanos en el natalicio de nuestro patricio Juan Pablo Duarte, quien es ejemplo de proponerse metas extraordinarias, como crear su patria, la República Dominicana, cuando era solo un territorio invadido y ocupado por fuerzas extranjeras.
El autor es escritor y activista por una Quisqueya Potencia.