Por JUAN CRUZ TRIFFOLIO
Tuvo entre sus peculiares el profesor Juan Bosch y Gaviño el haber proyectado una regia personalidad, formidable carácter y la facilidad de expresar una cosmovisión envidiable, sustentada en su vasta experiencia y un cúmulo de conocimientos, capaz de dejar anonadado al más insensible de sus contertulios, en encuentros formales e informales donde el paradigmático político vegano participaba como figura cumbre.
Quizás atendiendo a las mencionadas singularidades el laureado intelectual y maestro del cuento y la política, fuera advertido, a mitad del Siglo pasado, que sería el primer ciudadano en ocupar el solio presidencial dominicano, una vez fuera desplazado Rafael Leónidas Trujillo Molina.
Esta aparente premonición la escuchó Bosch y Gaviño de un entrañable compañero en la lucha antitrujillista mientras se desplazaban de manera apretujada, en un modesto automóvil, a cumplir con una invitación a participar en una cena, junto a otros dominicanos con quienes compartió el exilio en la capital venezolana.
Eran los días finales de julio de 1945 cuando los hermanos Juan y Félix Servio Ducoudray habían recientemente llegado a Caracas luego de permanecer asilados en Santo Domingo, durante dos semanas, el primero en la embajada de Colombia y el segundo, en la de México.
En procura de describir el contexto donde se produjo la aseveración en cuestión, resalta Juan Ducoudray, en una entrevista publicada en la Revista Camino No.2, octubre 2005 – enero 2006, que “Una noche, a los cuatro o cinco días de estar en Caracas nos invitaron a una reunión en la casa del licenciado Luis Felipe Mejía. A esa reunión asistieron el Dr. Ramón Lara, Buenaventura Sánchez y su hermana Talita, Nicanor Saleta, Juan Bosch, y su esposa Doña Carmen, -que pocas semanas antes había llegado de México-, el Dr. Francisco Castellanos, el Dr. Eduardo Vicioso y otros que lamentablemente escapan a mi memoria”.
Agrega que aquella noche, “…un español de nombre Pastor, casado con una dominicana, inauguraba un restaurante en Los Caobos y había invitado a los exiliados a ir a la fiesta que ofrecía con ese motivo. El Dr. Lara decía que no podíamos dejar de asistir y varios de los presentes decidimos acompañarlo”.
Es así como, utilizando el automóvil del doctor Ramón Lara y el de Nicanor Saleta los exiliados dominicanos, marcharon en grupo de diez o doce hacia el restaurante ya mencionado.
A manera de recuerdo sobre aquella vivencia, a mediados de del año 1945, Juan Ducoudray subraya que durante el trayecto se conversaba sobre la situación imperante en la República Dominicana y de pronto, cuando nadie había tocado el tema, Buenaventura Sánchez le puso una mano en la rodilla y señalando a Juan Bosch, dijo: “Este será el próximo presidente dominicano después de Trujillo”.
Resalta que en aquel entonces, hubo un silencio general y el propio Bosch “pareció sorprendido ante la salida de Buenaventura, quien insistió en lo que había dicho y pidió que se recordara la fecha de ese día”, volviendo la conversación, al poco rato, a animarse y “nadie comentó la insólita afirmación” que todos escucharon.
Como nota a no olvidar quizás sea interesante resaltar que esta especie de pronóstico fue manifestado unos 16 antes de producirse el ajusticiamiento la noche inolvidable del 30 de mayo de 1961.
A manera de colofón sobre el aludido encuentro y la sorpresiva valoración externada en medio del trayecto al restaurante en Los Caobos, el veterano exiliado Juan Ducoudray puntualiza que, muchos años después, “…cuando Bosch era presidente Buenaventura Sánchez, ministro de Educación, nos encontramos en el hotel Hispaniola. Yo hablaba por teléfono y él estaba en el otro extremo del bar; al verme se levantó de su asiento y mientras caminaba hacia mí, me preguntó que cómo andaba mi memoria. Antes de que le respondiera, me recordó lo que él dijo cuando íbamos en el carro del Dr. Lara”.
Vale concluir diciendo que ya sea por casualidad, por el denominado azar o quizás por una posible premonición sobre el destino del prominente hijo del culta, carnavalesca y olímpica ciudad de La Vega, luego de aquel fortuito acercamiento en el majestuoso centro hotelero capitaleño, sobraron razones para que apareciera en los ojos del avezado exiliado dominicano, tal como de hecho ocurrió, el brillo de aquella noche imborrable y lejana en el restaurante de Los Caobos, en Caracas, Venezuela.
No era para menos…