El enlace de Flor de Oro con Porfirio Rubirosa fue magistralmente descrito con inigualable cursilería por un periodista, un redactor, un plumífero de antología del diario La Opinión de Santo Domingo. Todos los presentes eran caballeros, distinguidas damas, príncipes de la iglesia, y el paisaje era pastoral, idílico, paradisiaco.
La pomposa ceremonia transcurrió en “un maravilloso paraje de trópico, sinfonía de luz, de colores y de aromas, que es como decir balada de amor”. Transcurrió en “San José de las Matas, la eglógica Villa de los Pinares, prestigiada con la residencia temporal del Primer Magistrado de la Nación y de la Primera Dama de la República”.
Desde la creación del mundo no parecía haber ocurrido algo tan importante en ese pueblo ni volvería a ocurrir. Se trataba en verdad de un “acontecimiento sin precedentes” y los habitantes de San José de las Matas serían testigos privilegiados. Para eso habían nacido. Para ver semejante prodigio tenían ojos en la cara. Las deslumbrantes bodas del “clubman” Porfirio Rubirosa y la inmaculada Flor de Oro Trujillo fueron un “acontecimiento apoteósico”. Se congregaron en ese lugar, por primera y única vez en la historia, “los más selectos representantes de la sociedad dominicana, las más altas autoridades civiles, militares, eclesiásticas y diplomáticas del país”, los más afamados cortesanos y matarifes, la crema y nata, la espuma del chocolate, las burbujas de la champaña, el bouquet de los más finos vinos.
Lo conmovedor del relato es la forma, la manera edulcorada y empalagosamente descriptiva en que el plumífero de La Opinión recrea el paisaje de la región o lo dibuja al son de una fanfarria de palabras altisonantes que pretenden ser poéticas, un lenguaraje de mal gusto al estilo de lo que estilaba Balaguer:
“Allí, donde canta Natura su himno de triunfo en la deslumbradora exuberancia tropical, celebráronse la última tarde sabática las regias bodas del joven y caballeroso clubman, señor Porfirio Rubirosa, Secretario de Primera Clase de la Representación Diplomática de nuestro país ante la Corte de St. James, perteneciente a una significada familia dominicana e hijo del fenecido general y diplomático, don Pedro María Rubirosa, con la gentilísima y encantadora señorita Flor de Oro Trujillo, toda hecha de delicadezas y aromas, flor por su nombre perfumado y por los madrigalescos encantos que en ella florecen, hija mimada del Jefe del Estado, General Rafael Leonidas Trujillo Molina, en cuya espléndida mansión veraniega ha tenido efecto este acto matrimonial de la mayor resonancia y en el cual se han congregado representaciones de cuanto vale y significa en todos los sectores de la vida nacional”
“De todo el país concurrieron prestantes caballeros y distinguidas damas que hicieron su parada en Santiago, ciudad ésta de donde salieron a medio día para estar a la hora indicada en aquel sitio delicioso que es San José de las Matas. San José de las Matas, que aquella tarde iba a perfumarse con las aromas nupciales de las bodas más suntuosas que ha registrado este año de 1932 en nuestro país”.
“Cuatro y media de la tarde. La mansión veraniega del Presidente Trujillo y de la Primera Dama de la República, doña Bienvenida Ricardo de Trujillo, luce magnífica de buen gusto en artísticos adornos para la celebración de estas bodas de la fina y exquisita Flor de Oro. Flor de Oro, que es poema de todas las delicadezas, verso de madrigal y que lleva en sus ojos todo el caudal de luz embriagante de nuestras maravillosas mañanitas.
Guirnaldas, símbolo de triunfo, símbolo de alegría y felicidad, de juventud y de amor adornaban el salón principal de la mansión donde se iba a celebrar la ceremonia”.
Religiosa y civil
Las bodas se realizaron como tenían que realizarse, primero por lo civil y después por la iglesia, acorde con las buenas costumbres de la época. La parte civil se llevó a cabo en la llamada Mansión Presidencial, en una atmósfera recogida y serena, donde algunos de los presentes apenas se atrevían a respirar. Después el cortejo nupcial (o por lo menos aquellos que podían permitírselo) se trasladó por un difícil sendero a la distante iglesia parroquial. El prestigioso monseñor Adolfo Alejandro Nouel, ex presidente de la República, descendiente de la más rancia nobleza francesa y Arzobispo de Santo Domingo impartió la bendición a los novios.
Porfirio tenía veinticuatro años y Flor de Oro, “hija mimada del general Trujillo Molina”, apenas diecisiete. Ambos se veían nerviosos, temblorosos, emocionados y formaban una linda pareja, la más linda de todas las parejas.
“El enlace fue apadrinado por el general Trujillo, Bienvenida Ricardo, Primera Dama de la República; Hans Frederich Arthur Schoenfeld, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos, y por su esposa Mrs. Schoenfeld”.
A la mamá de Flor de Oro, Aminta Ledesma, no la dejaron acercarse aunque de seguro andaba por el lugar, pero el que sí estaba presente era el ilustre caballero don José Trujillo Valdez, el abuelo de la novia.
Cuando el cortejo regresaba desde la iglesia a la mansión presidencial cayó como de maldad un terrible aguacero que aguó literalmente la fiesta y todos llegaron empapados, ensopados en sus lujosos trajes, despeinados y sucios. Pero esto no lo cuenta el plumífero.
De lo que tampoco habla ni podía hablar el genial plumífero de La Opinión es de la noche de bodas, de la luna de miel y acíbar, del kamasutra en que se enfrascaron los amantes en la intimidad. La terrorífica noche de bodas de la inmaculada Flor de Oro Trujillo.
Quizás por suerte o simplemente por descuido, o por la razón que fuese, la pundonorosa Flor de Oro dejó en algún libro de memorias, o grabado en una cinta, un testimonio conmovedor, un relato exquisito de su traumática noche de bodas. El viacrucis, la dolorosa inmolación de la doncella.
La calumniada Flor de Oro (que según las malas lenguas había adquirido en Paris fama de licenciosa a la que fue fiel toda la vida), ofrece en un divertido relato otra versión de sí misma. Describe delicadamente su indefensión, el pudor que la invadía, el miedo a perder su virginidad, la impresión patibularia que le produjo ver a Rubirosa desnudo, con la bayoneta calada, el arma en ristre y apuntando hacia ella, los ojos encendidos de lujuria, las vueltas que dio alrededor del lecho nupcial para tratar de escapar del acoso del fauno, el daño que le hizo, el tiempo que tomó en recuperarse…
“Todavía llevaba puesto mi vestido de bodas para que mi madre pudiera verme con él antes de perder mi virginidad. Él me llevó al lecho nupcial. Estaba asustada con esa cosa apuntándome. Me asusté y corrí por toda la casa. Me costó una semana recuperarme de esa noche”.