Por ISAAC FELIZ
Durante un tiempo considerable he estado reflexionando sobre la situación de la provincia Bahoruco. A lo largo de varias décadas, ha permanecido entre las comunidades más empobrecidas del país. Esta situación, desde mi perspectiva, se debe a una realidad subyacente: aún no hemos logrado definir quiénes somos realmente, en particular nuestras autoridades, que no han tenido el discernimiento necesario para determinar si somos un territorio rural o urbano.
Los problemas del campo no son los mismos que los de la ciudad; por ende, las soluciones a esas problemáticas también difieren. Es imperativo definir qué entendemos por «rural». Una comunidad rural hace referencia a una región cuyo principal motor económico es la agricultura.
De acuerdo con un estudio del mercado laboral en Bahoruco realizado en 2018 por el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD), solo el 12.6% de la población se dedicaba a la agricultura y labores relacionadas con jardines y cultivos. Esta cifra sugiere que la agricultura no constituye la principal actividad económica de nuestra provincia, por lo que no encajamos estrictamente dentro de la definición de comunidad rural.
Como es natural, tras las diversas revoluciones industriales a nivel global, los campos han comenzado a transformarse en ciudades, y con ello, la mentalidad de la población también ha evolucionado. Hace tres décadas, los jóvenes de Bahoruco, al finalizar la secundaria (si es que asistían), se dedicaban a trabajar en la agricultura con sus padres o abuelos, o se unían al Ejército Nacional.
Cambio significativo
Hoy en día, la dinámica ha cambiado significativamente. Los jóvenes de nuestra provincia aspiran a continuar su formación académica tras egresar de los liceos o politécnicos, soñando con convertirse en ingenieros, médicos, abogados, maestros, entre otros.
Buscan una ocupación que les asegure una vida estable en el futuro. A diferencia de los años 90, cuando la falta de oportunidades educativas limitaba a las personas a conformarse con lo necesario para su subsistencia diaria, hoy existe un claro deseo de superación y desarrollo.
En resumen, si hemos llegado a la conclusión de que hemos cambiado, es hora de comenzar a implementar acciones que nos permitan desarrollarnos como comunidad. Debemos proporcionar a nuestros jóvenes las herramientas necesarias para potenciar sus habilidades, garantizando un mejor acceso a la educación y posicionándonos en el presente.
Además, es esencial apoyar a quienes aún se dedican a la agricultura, facilitando su transición hacia la agroindustria. Para profundizar en este aspecto, abordaremos en otro artículo los pasos concretos que podemos seguir.