Por MAXIMO CAMINERO
¿Por qué nací aquí? Llevo años tragando polvo y comiendo arena mezclada con trigo. Mis dientes se han roto como el cristal y apenas el agua salobre calma mi sed.
Llevo días atrapada en estos escombros retorcidos, que las bombas destruyeron en venganza de la última masacre que los hombres de este pueblo cometieron a sus vecinos.
No sé nada de que hablan porque todos son murmullos prohibidos a las niñas como yo, de apenas 9 años. Solo un odio añejado en historias que se pierden en el tiempo. Un tiempo que no tendré si no me rescatan pronto de este oscuro rincón de donde apenas puedo mover una mano.
Escucho voces gritando y el llanto de mujeres que nerviosas intentan retirar todo el edificio que tengo encima. Sucedió muy rápido. Llevábamos días asustados por los bombardeos incesantes que noche a noche destruían el barrio en una despiadada matanza.
Ya no hay compasión en el mundo; me imagino otros lugares donde indiferentes continúan con su vida cómoda. Sin estos dramas que me han tocado vivir… ¿Por qué nací aquí?
No entiendo cómo a mi edad tengo estos pensamientos; no entiendo este mundo de odios y divisiones. La verdad es que nosotros los niños no nacimos pensando en matar ni en cosas que nos hicieran diferentes.
Vi partir a los hombres de la aldea llevando armas y agitados. Luego los vi llegar con su ropa ensangrentada y prisioneros que no parecían soldados, sino gente joven e inocente. No entendía la euforia de mis padres.
Todo lo supe de repente entre conversaciones distraídas que atravesaban las paredes y, aun así, no entendí por qué se mataban. Nunca lo entenderé, aun cuando logré salir de aquí y crecer. Nunca podría entender el odio de los humanos.
No entenderé el porqué de esa cerca que separa a mi pueblo del otro, y de aquel lado la gente se ve diferente. Bien vestidos y saludables. Seguro, su pan no tiene arena.
Pero me toca nacer aquí, donde la tristeza se mira en cada rostro y los niños son llevados a un lugar secreto y cuando regresan solo quieren jugar a la guerra. Nunca entendí por qué mis padres no me llevaban al otro lado a jugar con esos niños que sí jugaban como niños…
Llevo tres días enterrada en vida y creo que ya mis piernitas no podrán caminar. No las puedo mover y apenas las siento; solo un color negro que sube cada día arropándolas.
Un rayo de sol se cuela por unas horas. No sé de donde viene porque el aire está enrarecido de olores de muerte. Los reconozco porque llevamos meses sacando muertos de los escombros, esta ciudad está muerta por todos lados y el mundo sigue indiferente…
Ya no sé si tengo padres o hermanos o abuelos. Creo que me he quedado sola y tal vez sea lo mejor para mí. Ahora podré caminar sin detenerme y salirme de este pueblo que tanto dolor abriga.
No podré cruzar la cerca porque allí tampoco me quieren. Buscaré el mar y allí me colaré en un barco a escondidas. No importa donde me lleve, porque esto es el infierno.
Sigo escuchando bombas y ya no escucho las voces afuera. Parece que perdieron la esperanza de encontrarme. No tengo fuerzas para gritar ni siento nada de mi cuerpo; creo que estoy muriendo lenta e indiferente al mundo.
Quizás salirme de este mundo sería lo mejor que me pasaría desde que tuve la razón de mi existencia. Mi abuela siempre habló de un Dios que nos esperaba en un lugar bonito donde nunca se lloraba ni sufría.
Ojalá que los otros niños atrapados como yo y los que mataron al otro lado de la cerca podamos llegar a ese lugar donde habita ese señor llamado Dios, donde podremos jugar juntos y nunca se llora ni se sufre, y donde seguramente el odio está ausente… ¡Salud!
jpm-am